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Cuando el corazón habita en el desierto, quisiéramos recordar estas palabras de amor “voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 16)… sin caminos, en soledad, sin alimento y en medio de voces interiores sólo queda ABRIR TUS BRAZOS.
En esta imagen Jesús abre los suyos: nos enseña que por encima de ellos hay algo más inmenso que la sequedad que tocan los pies; abrir los brazos es destapar el alma a lo que es imposible de ver con los ojos, es poner el corazón por delante de las manos y sus grandes esfuerzos; es dejarse amar abrazando las sorpresas, experiencias y locuras de la vida.
Un hombre, los abre en el desierto, en la montaña y en la cruz, para abrazar con pasión su humanidad, pues no se avergüenza jamás de ella invitándonos con ternura a que ninguno de nosotros lo haga tampoco.
Cuando sientas que te llevan al desierto, suelta todo, y con las manos vacías cierra tus ojos, abre tus brazos, y cuando el viento sople en tu rostro y te abrace trayendo sólo arena, empúñala, suspira, y oye la voz que te dice: “te he formado de ella”.
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